Existen una serie de discos que suponen un viaje en el que se erigen arquitecturas invisibles por doquier. Viajes en los que la sensación de espacialidad va más allá: reencuentros con lugares perdidos, ya olvidados, con ecos que regocijan y dan pulso a la experiencia. Ecos de la infancia, del apego a la seguridad del vientre materno, de unidad con el Universo. Acabas anhelando cada escucha por las ganas que tienes de volver a ellos. Un espacio sutil energético se despliega desde tu espacio vital hacia los objetos que te rodean, protegiéndote cada vez que te abandonas a la escucha de este tipo de obras.
Algunos de los discos que os propongo en esta sección son esencialmente piezas para la meditación y la relajación. Lo que sí tienen todos en común todos es la potencialidad para crear un ambiente. Ofrendas que nos revelan verdades tácitas, y que sólo lo hacen a través del vínculo creado en la escucha entre el artista y el oyente. Son obras en las que la famosa frase de Giuseppe Mazzini se hace carne: son verdaderos ecos de un mundo invisible.
Mare Decendrii
Hacía falta una sensibilidad femenina y telúrica para expresar algo tan terrenal y a la vez tan etéreo. El mismo vientre que les permite concebir vida les da fuerza fértil para expresarla con belleza en la música. Las fuerzas que despierta Mare Decendrii son centrípetas, desde nuestro centro hacia las entrañas de la tierra. No hay lugar aquí para evocaciones de paisajes urbanos, ni nevados, ni florecidos, ni remotamente bucólicos. Faith Coloccia induce al oyente en un estado a medio camino entre el ensimismamiento y la atención consciente: una escucha profunda o deep listening. Sus composiciones son lo suficientemente armónicas y pausadas como para que descanses el peso de tus hombros en ellas, pero a la vez lo suficientemente abiertas a cambios bruscos como para que se rompa ese aislamiento en cuestión de segundos.
Un diálogo sostenido
Hay un diálogo activo durante todo el disco que me enternece, que me emociona. La guitarra de Aaron Turner siempre, siempre es el perfecto contrapunto a las delicadas melodías de piano de Faith Coloccia. A veces conocer el contexto de un disco, más que ayudar a aclarar mis ideas, las revoluciona. Por eso aún no me queda claro qué hecho me llega más: si el diálogo sutil entre instrumentos o la sutil conversación, sostenida desde la alegría que otorga la génesis conjunta de una armonía así, de dos seres que comparten una vida como marido y mujer.
Randall Dunn
Randall Dunn es muy consciente de que produjo algo maravilloso e irrepetible. Cada vez que escucho este disco, sigo reviviendo mi momento más vulnerable como ser humano. Un nuevo lenguaje, una sensibilidad constatada, un estilo inasible porque es puro vapor, pero que puede rastrearse entre el post-rock, el ambient, la música concreta, el minimalismo, el drone y el funeral doom. Es, a mi modo de ver, el ejemplo perfecto de cómo afrontar la composición de un disco experimental: sin dejar del todo un lenguaje referente conocido por todos, subvertirlo en pequeñas y asequibles dosis. Por ejemplo, el final de As freedom rings: ese ruido de cacharrería de cristal es capaz de mantenerte en vilo y a la vez permitirte saborear lo vivido durante la canción. A la vez, funciona como inicio disonante de We speak in the dark, la versión en tonos menores de el tema anteriormente mencionado. Advierto que es un tema que cuando rompe su tensión inicial puede remover mucho vuestro interior. Y no hablo de remover emociones especialmente agradables, advierto. Admito que la primera vez que lo escuché no pude contener las lágrimas. Es tal la sensación de liberación.
El final del viaje
Blanket of ashes pausa la narración, se recrea en loops meditativos (siempre pienso que estoy oyendo un cuenco tibetano, y probablemente sea así) y da luz al drone que porta la melodía de Eating our bodies. Trece minutos de composición que abonan el terreno para el final del viaje. Varias ideas melódicas, en su mayoría tomadas del tema que abre el disco, revolotean sobre el hilo conductor del tema. Sabes que todo está llegando a su final: lo sientes en los huesos cuando la voz de Faith Coloccia se alinea con la viola y el violín. Para entonces, el piano ya repite en bucle la eterna melodía de Iron water. Un silencio supura entre las teclas blancas y negras del piano de la compositora, mientras la melodía en bucle se funde con field recordings de una playa. No puedo pensar en una playa terrenal, sino en un mar hecho de pedacitos de papel en el que llueve ceniza sin parar. Todo acaba en un abrupto fragmento de HNW. Todo este oleaje de luz y armonías delicadas acaba así. Un final brusco, sin tintes de drama, para un viaje que nunca podré aconsejaros con el entusiasmo que en verdad merece. Dejaros tocar por él, e igual tenéis suerte y accedéis a zonas restringidas de vosotros mísmos. No todos lo consiguen.