Atávico, del latín atavus, es el adjetivo que hace referencia a los antepasados, refiriéndose a cualquier rasgo, ya sea cultural o genético, que entronque con nuestros ancestros. Una clara alusión a la profundidad de nuestra identidad personal, a la búsqueda para definir porqué somos como somos, y en definitiva, un homenaje a las raíces, que queda sustentado no solo por la elección del nombre del grupo y la impresionante fotografía del artwork, si no por la inmersión en terrenos musicales que tratan de bucear en nuestra psique.
Siguiendo este razonamiento, para hablar de Atavismo hay que hablar de la procedencia de sus miembros: Poti de los monstruosos Viaje a 800 en las guitarras y los arreglos de teclados, mellotrón y teremín, Sandri Pow y Mat de los también desaparecidos Mind! a la batería y el bajo respectivamente. Con estos referentes, las expectativas de lo que encontramos en el debut de Atavismo se cumplen a la perfección.
¿Hay sustancias lisérgicas en el agua de Algeciras?
Blazava abre en forma de blues roto y jam desértica, bamboleándose como una serpiente, jugando con los vibratos y las incursiones de los solos para acabar en una subida pinkfloydiana y dejar paso a la hipnótica balada Kraken, con Poti hablándonos de ángeles y dioses. Los mejores momentos de un álbum impregnado de psicodelia y con cuatro cortes de sonidos muy diferenciados —quizás la única pega a la cohesión de su sonido—. Oceánica nos vuelve a descolocar con un space-rock más melódico y luminoso, y Meeh cierra el círculo, retomando el descenso hacia la oscuridad, llevándonos con la cadenciosa rítmica de los timbales y el hard-psych más setentero.
Casi sin tiempo para echar menos de menos Viaje a 800, el trío gaditano retoma su estela y nos hace prisioneros con Desintegración, un disco que a pesar de ser un debut suena a tablas y experiencia. Volviendo al ancestral pero inmortal rock psicodélico Atavismo nos hacen olvidar el pasado… o ¿era eso precisamente lo que trataban de evitar?