Cuando alguien hastiado de la rutinaria vida moderna comienza a realizar comportamientos extraños y caprichosos, a todas luces faltos de todo objetivo o meta, es fácilmente calificado como loco, o algo peor aún, idiota. Betunizer tienen estas manías, viven arraigados en el surrealismo cotidiano, corrosivo y deformado, y consiguen, del mismo modo que la renovación del Ecce Homo de Borja, volver a poner en boga la controversia sobre el avant-garde.
Betunizer construyen sobre patrones rítmicos frenéticos y caprichosos —cercanos al math pero querenciosos de hardcore—, para luego deconstruirlos y diseccionarlos, separando cada uno de los ingredientes estilísticos para luego recomponerlos con un resultado más original que lo que obtendríamos con una receta convencional.
En Boogalizer cada instrumento tiene un rol principal y una personalidad ultra marcada. El engranaje de la batería —a veces retorcida y a veces en sintonía con el marcialismo kraut (atención a Aguilucho es el hijo del águila)— con un bajo realmente paranoico —sin duda el elemento más imaginativo del trío—, deja espacio y libertad a la guitarra para tomar su propio camino rítmico, y permitiendo todavía que el apartado vocal nos atornille fraseos en el cerebro. Aunque no encontraremos melodías demasiado cocinadas, es sorprendente que sus zigzagueantes leitmotifs como “si te va a sentir de vicio, siéntate siéntate” o “chuparé la energía de tu marcapasos” se nos queden tan fácilmente prendidas.
La experimentalidad y la métrica rocosa los convierten en una de las apuestas más sorprendentes e innovadoras de la escena underground española. Evidentemente no son una fácil digestión, no al menos para aquellos que no se hayan mojado el pie con el noise-rock, pero es que en estas aguas, sin locura no hay grandeza.