Blueneck – Repetitions (2011)

Si algo destaca en el devenir de la música en los últimos tiempos es la existencia de patrones que tienden a buscar el extremo, la vuelta de tuerca, el plus ultra. Es fácil reconocerlo en ámbitos como el de la música agresiva, donde cada nuevo género parece más destructor que el anterior. En la música emotiva todo es mucho más abstracto, nada asegura que se tenga éxito en acariciar el corazón. Antes de que se acuñara el término post-rock Radiohead ya nos ponían la carne de gallina. Cuando dejó de ser un género para convertirse en un concepto, ya nos hartábamos de llorar con Mono. Si hablamos de Sigur Rós son ellos mismos los que no pueden evitar las lágrimas al interpretar sus canciones. ¿Podríamos esperar algo que nos sorprendiese y nos volviera a acariciar el alma? Blueneck está llamando a vuestras puertas.

Con dos discos previos y un EP, el cuarteto de Bristol no es la aparición estrella de última hora, pero Repetitions los ha empujado a la primera fila. Su éxito emana claramente de una organicidad tan natural como bella, una flecha musical en la que todos los componentes guían en la misma dirección y que acierta sin error en el centro del corazón. La voz de Duncan Attwood suena al bálsamo perfecto para las almas atormentadas, rebosante de melancolía sin caer en el dramatismo vacuo. La atmósfera que envuelve todo, unas veces con un sombrío piano como pieza de detalle, otras voces con una guitarra que evita ser el elemento constructivo de mayor fuerza —para ello ya tenemos un grueso bajo que otorga la robustez de un monolito—, se suele caracterizar por amedrentarnos con una tensión que nunca llega a resolverse del todo y que no permite que bajemos nuestra guardia. Los sintetizadores y los órganos son pieza clave, así como todas las texturas de los sonidos analógicos, ya que gran parte del disco fue grabado en directo con amplificadores, pedales y micrófonos vintage.

Como piezas maestras del trabajo tenemos el tema de salida, Pneumothorax, fría y dramática; Sawbones con sus atmósferas densas que podríamos cortar con cuchillo; o Elipsis, un tema que nos atrapa con Attwood hilando un fina melodía y que finaliza como el paradigma del desenlace instrumental ascendente, rozando el acceso místico. Todo ello sin recurrir a un muro de guitarras distorsionadas.

Es cierto que Blueneck trascienden etiquetas relacionadas con los sonidos o formas compositivas. El nombre de su cajón está con el de todos esos artistas que provocan escalofríos.