Bon Iver – Bon Iver (2011)

Ya sé que es muy típico, pero hablar de Bon Iver es hablar del mito del cantautor sometido a un proceso de catarsis, que se retira a una cabaña en las montañas, aislado de la civilización para encontrarse a sí mismo y, a través de la composición musical, cerrar todas las heridas producidas por el amor y la vida. Así fue la historia de For Emma, Forever Ago, su primer disco que nos sorprendió por su increíble sensibilidad musical, y al que siguió su más arriesgado EP Blood Bank.

Con sólo comparar las portadas de estos discos, vemos que en este segundo LP el invierno ha evolucionado a una primavera que despunta verdor. Algo de eso también pasa con la música. De la rusticidad anterior, música humilde y llana, basada en los falsetes y la guitarra acústica de Justin Vermon pasamos a una mayor heterogeneidad y profusión de desarrollos instrumentales que antes permanecían más escondidos, aunque en cuanto a las voces, manteniendo el tono de intimidad al que nos tenía acostumbrados.

Perth revela tempranamente este cambio, por la utilización de la guitarra eléctrica y su sorprendente final de tono épico, guiado por violines y por redobles marciales. Minesotta WI, goza de un tono más cálido, seguramente gracias al uso del saxo y un bajo bastante saturado. Los siguientes temas se sumergen hacia profundidades más introspectivas pero siguen denotando las ganas de experimentación de Justin, como el final psicodélico de Michicant o el uso de sintetizadores y doblado de voces graves/agudas en Hinom, TX que en muchas ocasiones puede recordar a TV on the Radio. Otro de los temas más bellos y atmosféricos, Wash, es capaz incluso de superar al single elegido, Calgary. El tema final Beth/Rest contiene un regusto de synth-pop ochentero, que junto con el extravagante uso del reverb en las voces, hacen que el final del disco haya quedado algo desencajado, y para mi gusto innecesario.

Puede que el aumento de ingredientes y sus mezclas no siempre resulten brillantes pero, globalmente, este disco debería estar valorado muy positivamente, tanto dentro de la carrera de Bon Iver como dentro un contexto musical donde cada día es más difícil encontrar música auténtica y emocional.