Hemos vertido muchas alabanzas sobre Crippled Black Phoenix en anteriores trabajos. No solo les hemos dado papeletas para figurar entre los nombres más relevantes del rock progresivo del nuevo siglo con discos como 200 Tons of Bad Luck o I, Vigilante, sino que hubo quien dijo que podrían ser los dignos sucesores de Pink Floyd en este género. Su estilo, que siempre ha recordado el estilo sosegado y evolutivo de la banda de David Gilmour, ha hecho suyo elementos del post-rock moderno y del folk llegando a hacer propio el cuño de “baladas del fin del mundo”. Demostrada la calidad del grupo —no estábamos hablando de un hype del momento—, todo esto no hace sino aumentar el daño contraído a raíz de la decepción con sus últimos trabajos y que White Light Generator ha venido a rematar.
Echar de menos al grupo que nos puso la piel de gallina
Pocas cosas más positivas que “aburrido” es lo que me escucharéis decir de este disco del que Justin Greaves —durante mucho tiempo baterista de Iron Monkey y Electric Wizard, y alma del grupo— se las prometía más centrado y directo al grano. Bien, es cierto que haya menos paja que en (Mankind) The Crafty Ape pero el problema es la falta de ideas brillantes y la utilización de un piloto automático que a veces asusta. No estoy calificando al disco de malo, hay solos de guitarra ejemplares, un buen manejo de los detalles de instrumentación (trompetas, violines, hammonds, etc.) momentos bellos y claros aciertos pero CBP están muy lejos del listón que ellos mismos se marcaron. Da la sensación que se ha perdido el extra de la conjunción de todos los elementos y que la transmisión de emociones no ha cuajado. White Light Generator propicia la misma sensación, llevada al terreno del prog, de los discos de post-rock que quieren sonar emotivos repitiendo fórmulas.
Dos mitades con dos estados emocionales: me quedo con el blanco
Si bien no hay una separación física, el disco está concebido en dos mitades, una primera —Black Light Side— más oscura, y una segunda —White Light Side— más optimista. En la primera, poco hay más que destacar que los dos cortes de No! donde el grupo sabe emplear el clásico recurso del leitmotif de las suites de los 70. Let’s Have An Appocalypse Now y Parasites tratan de dar más vida al asunto, apelar a la épica o la contundencia, pero se quedan por el camino. Buena parte de esta pérdida es la falta de carisma de su nuevo vocalista, que tras la salida de Joe Volk, ahora es el sueco Daniel Änghede, plano y con un registro sensible pero infrautilizado.
Un fénix desplumado no remonta el vuelo
La segunda mitad es más interesante, y al menos encontramos más señas de identidad que anteriormente han dado buenos resultados al grupo, pero al final echo en falta —y esto sí que es grave— algún pepino del nivel Rise Up And Fight, un Troublemaker o aunque fuera un How We Rock. Cierto es que no es requisito si el nivel del disco se hubiera mantenido interesante durante sus 70 minutos, pero pocos temas conseguir romper la monotonía impuesta, salvo Northern Comfort en el que el grupo arriesga bien hacia sonidos más exóticos, con coros femeninos muy elaborados; o We Remember You, en un corte más tierno y sentimental que puede recurrir al sonido de los Anathema más luminosos.
No he perdido la esperanza en los británicos, pero la tendencia de Crippled Black Phoenix apunta desde hace tiempo hacia abajo. Puede que la clave no esté en álbumes dobles o conceptuales, o que metan la llaga en temas políticos, puede que todo pase por un momento mejor de inspiración. ¡Ay, las musas! Que caprichosas son a veces.