Zach Hill se subió a finales de 2010 a una avioneta fumigadora con MC Ride (Stefan Burnett) y Andy Mortin y entre los tres emprendieron un vuelo sin escalas para esparcir por el aire un gas que llama a nuestros instintos más primarios y sólo deja activo nuestro cerebro reptiliano. Ésta es una misión suicida, hasta que se acabe el depósito y el combustible, y de momento con el viento a su favor.
Government Plates es el tercer LP que editan los californianos en apenas un año (sin contar su mixtape Ex Military), y como viene siendo ya habitual, regalándolo en internet en formato digital desde su propia web y perfiles en redes sociales. Dejando atrás polémicas con discográficas, este álbum es otro pisotón en la nuca al hip hop, un ensañamiento con un género ya maltrecho en el sótano de Death Grips. La electrónica más experimental se apunta a esta fiesta de torture porn musical, ya que mientras que en No Love Deep Web o The Money Store su papel era más pasivo, en Government Plates hasta elige una herramienta de la mesa de tortura.
Nunca hay suficientes graves. Death Grips vuelven a ejercitar la incomodidad del oyente poniéndo a prueba su resistencia a beats y gritos que desearíamos que fueran sordos, dando clemencia en ciertos momentos puntuales, en los que le toca descansar a MC Ride para volver con más fuerza si cabe. Como decía, la electrónica toma un papel más protagonista, como en la enfermiza y ¿bailable? This is Violence Now (Don’t get me wrong), con una mirada al jungle y las raves inglesas de principios de los 90. You might think he loves you the money… podría encajar más en los cánones a los que nos tienen acostumbrados los de Sacramento, si es que han existido alguna vez, graves que te golpean la columna con un palo de golf, una suerte de blaxploitation de la Naranja Mecánica.
A lo largo del disco seguimos encontrando más líneas protagonizadas por los sintetizadores, rapeos pausados, chillidos caóticos, y ritmos machacones. Para cuando nuestro cerebro está literalmente frito nos encontramos con la salvajada de Whatever I want (Fuck who’s watching), una fantasía en 8 bits que rezuma ácido para terminar esta paliza sonora que, paradójicamente, nos hará volver a llamar a su puerta una y otra vez. Que rule el gas.