Al anunciar su último disco, Fuck Buttons declaraban que “Slow Focus parece un título muy apropiado considerando el sentimiento de la música. Es casi como sentir el momento en el que tus ojos se reajustan cuando caminas, y te das cuenta de que estás en un sitio no muy normal y no particularmente agradable. Nos gusta pensar que creamos nuestros propios paisajes, y éste es uno bastante extraño”. Aunque esta descripción es algo difusa, creo que es el mejor resumen que se puede hacer de Slow Focus, tercer álbum del dúo de Bristol y continuación de su aclamado Tarot Sport.
Fuck Buttons se han hecho un nombre entre los fans de las vertientes musicales más ruidosas a base de un acercamiento al noise de una forma más digerible de lo que acostumbran las vacas sagradas del género, pero bastante lejos de ofrecer un sonido cómodo al oyente menos habituado a la música más etérea como forma de disfrute. Es tal la personalidad de su música, que es complicado que Fuck Buttons no llamen la atención del oyente en sus primeras escuchas, sean cuales sean sus gustos. Un raro caso de banda que suena áspera pero que llega a oídos donde otras con similar sonido ni sueñan llegar (como a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres, en el que sonó su tema Olympians). Por eso no es de extrañar que para mucha gente, amante de la electrónica o no, este disco era uno de los más esperados en 2013.
Por suerte el dúo ha salvado una papeleta bastante importante y no ha sido víctima de las expectativas generadas a su alrededor: después de dos magníficos álbumes han vuelto a redirigir su sonido por tercera vez consecutiva sin perder su personalidad y confirmándose como una de las formaciones más interesantes de la electrónica actual. Y porque aunque esta deriva sonora haya sido a terrenos más comunes a los habituados (el ruidismo pierde bastante protagonismo), no ha significado que su apuesta sonora se haya emprobecido, sino que han demostrado aquello de que «menos es más».
Volviendo a las declaraciones con las que abría esta reseña, casi todos los temas de Slow Focus arrancan con bases simples que van añadiendo elementos para mostrarnos poco a poco la verdadera amplitud de los temas. El primer tema, Brainfreeze, es una buena muestra de ello: comienza con unas solitarias percusiones que poco a poco van cediendo protagonismo a las bases que se van sumando a su obsesivo ritmo, para dar como resultado un tema tan machacón como mesmérico. Algo parecido pasa con Year of the Dog, otro tema con un ritmo que parece un mantra que va creciendo entre chirridos, pero que no termina de romper en una catarsis como parece indicar su estructura. Más juguetona es The Red Wing, el single de adelanto, más calmo pero que no pierde el denominador común de los temas que conforman el disco. Podría seguir así todo el artículo, pero creo que os podéis hacer ya una idea bastante clara de lo que os vais a encontrar en Slow Focus en cuanto a la forma de los temas.
Si Fuck Buttons no mintieron en cuanto a la forma de estructurar sus temas, tampoco lo hacían al denominar sus atmósferas como extrañas. El dúo se dedica a conformar paisajes incómodos de cierto cariz obsesivo y con un aire grandilocuente que rara vez termina en finales catárticos, que sería lo esperado. Salvo en Hidden XS, los temas de Slow Focus parecen contenerse de manera consciente para dejar al oyente con una sensación de estar en tierra de nadie que resulta extrañamente reconfortante.
Quizás Slow Focus no sea el mejor disco de Fuck Buttons, pero sí es su disco más maduro y derrocha una cantidad de personalidad muy poco habitual. Denle una oportunidad.