El rock industrial es un género que lleva muerto los suficientes años como para esperar a estas alturas un resurgimiento a nivel comercial. Sin un estandarte claro, embarcados algunos de sus más veteranos representantes (Trent Reznor, Al Jourgensen…) en sus propias cruzadas personales, sin un relevo generacional evidente, y mucho menos sólido – y con los pocos grupos que han surgido en los últimos años siendo fagocitados por el goticismo New Rock, tan en boga para adolescentes de medio mundo a principios de este siglo -, poco o nada queda de aquel transgresor sonido que, a rebufo del rock alternativo, explotó en la década de los 90.
El caso de Gary Numan, por eso, no deja de ser paradójico. El compositor y vocalista fue una pieza clave para extender el uso del sintetizador, de eso ya hace la friolera de treinta y cinco años, y parece vivir actualmente una segunda juventud tras reconvertirse y adaptar su sonido al que algunos de sus alumnos más aplicados evolucionaron con el tiempo. Esta mutación, lejos de convertirse en un paso en falso o ser flor de un sólo día, se ha ido desarrollando disco a disco, sin prisa pero sin pausa, durante casi veinte años. Y Splinter (Songs From A Broken Mind) tiene toda la pinta de ser la culminación y el fin de ese camino, un disco inmenso que destila una clase que hacía años que no veía en el género. Hablamos de una fórmula perfeccionada, porque en esencia este nuevo trabajo de Gary Numan contiene elementos comunes a sus predecesores, desde los aires arabescos de algunos sintetizadores hasta la querencia por las atmósferas cinematográficas de muchos pasajes
Para la ocasión, Numan vuelve a contar con la ayuda, que tan buenos resultados dio en Jagged, de el DJ y productor Ade Fenton. Y si los anteriores discos bebían sin reparo alguno de las fuentes de Nine Inch Nails, Splinter no sólo profundiza en ello sino que además algunas de las guitarras que suenan vienen de la mano de Robin Finck. Esto se nota sobre todo en partes concretas, como en esos fragmentos de Where I Can Never Be o la guitarra del inicio de We’re The Unforgiven, que remiten a los matices melódicos de The Downward Spiral, y en menor medida, se convierte en una sensación que nos acompaña en momentos puntuales de distintos temas.
Y pese a que estamos hablando de una inspiración tan evidente como peligrosa, Numan sortea cualquier trampa haciendo brillar su propia personalidad por encima de todo el conjunto, potenciando esas atmósferas repletas de luces y oscuridad, como si sobrevoláramos el cielo de Los Angeles de, pongamos, el año 2019, añadiendo arreglos de cuerda que refuerzan el conjunto y le dotan de ese punto orgánico que las guitarras, filtradísimas en algunas ocasiones, pierden, y con un trabajo vocal encomiable por los cambios de registro en canciones como A Shadow Falls On Me. El músculo asoma también con el pulso de I Am Dust o las cadencias bailables de Love Hurt Bleed (¡Ay!, ese riff tan, tan inspirado en Sonne de Rammstein), equilibrando un conjunto más proclive a los medios tiempos que a la garra y el zarpazo, y aligerando la oscuridad predominante por la temática del disco.
Splinter es, siendo exagerados y buscando el titular fácil, el disco de Nine Inch Nails que muchos seguidores esperábamos desde hace años. Pero la realidad es otra, y es que estamos ante el trabajo más inspirado y personal de Gary Numan, un disco repleto de excelentes temas que demuestran que se puede abogar por las sonoridades góticas más modernas con elegancia, clase, y sin caer el paroxismo de los tópicos del género, y también que todavía hay rock industrial después de la muerte. Pero sobre todo, que el talento compositivo del enfant terrible de los sintetizadores funciona a pleno rendimiento.