Graveyard – 16/05/13 (Sala Arena – Madrid)

Graveyard

Es curioso cómo Graveyard están cosechando un enorme éxito —al menos en nuestro país— sin haber recibido una promoción o una prensa fuera de lo normal, pero más curioso es todavía comprobar cómo ponen de acuerdo a públicos de gustos bastantes dispares (heavies de la vieja escuela, trve metalheads, hardcoretas, alternativos de nuevas generaciones, etc.) y que han encontrado en su rock setentero una raíz común con la que sentirse identificados.

El éxito que comento no es baladí, meses antes del concierto los suecos agotaban entradas en la Sala Sol y la promotora decidía mover el concierto a la más espaciosa Sala Arena. Con un gran aforo y una calidad acústica respetable —que no en la mezcla y la ecualización—, el grupo liderado por Joakim Nilsson puso el pie en el escenario sin teloneros previos —sinceramente, el ambiente no necesitó caldearse, el público vino con muchas ganas— para desgranar trallazos de rock que fueron intercalando partes de su último disco Lights Out y partes de su segundo Hisingen Blues. Su primer disco homónimo tuvo una representación escasa pero potente.

Queda patente que Graveyard no solo llevan la moda retro a su peinado e indumentaria: amplis Orange que seguramente tuvieron mucho de culpa en, para mi gusto, la excesiva saturación de los instrumentos de cuerda, especialmente el bajo, —otro día podremos hablar del postureo en el mundo de los amplificadores—, y un set de batería de lo más escaso —solo un crash y un tom— del que Axel Sjöberg saca el mayor partido posible: acoplándose con la mayor gentileza a los momentos bluseros con una técnica ortodoxa y aporreando el kit de forma fastuosa en los momentos más duros. Sin duda alguna, el componente ganador de la noche, tanto por su fiereza a las baquetas como por ser el que más levantó los ánimos de un público bastante receptivo a cualquier muestra de desfase.

Sin apenas artificios ni efectos en su sonido, el grupo basó su actuación en descargar rock retro a pelo. Esto tuvo una consecuencia: a veces su rock no tiene vuelta de hoja y hay temas que pueden quedar algo vacíos, por lo que a pesar de un inicio prometedor, a mitad de concierto no pude reprimir algún bostezo. Esa es la razón por la que el grupo triunfó especialmente al final, cuando se mostró más dinámico —Buying Truth— o cuando le dió por tirarse a la piscina psicodélica y a la parafernalia virtuosa (unas veces tirando de manual rockero y otras de forma más atrevida). Seguramente que los dos momentos más vistosos fueron esos dos viajes de ácido que fueron The Siren y Thin Line. Los otros ganadores llegaron a final de la noche: los hits Goliath o Endless Nights dejan claro que Graveyard han abierto brecha especialmente con su Lights Out.

Por otro lado, las baladas blueseras como Unconfortably Numb o Slow Motion Countdown, un bastión indiscutible del grupo, permitieron desengrasar de la distorsión, pero me hacen pensar que el grupo tiene un gran margen de mejora en conseguir el futuro desplegar las alas y componer otras más ambiciosas y complejas.

Al final un concierto disfrutable pero que no estuvo a la altura de lo que esperé, bien por el sonido (la voz sonó demasiado por encima del resto, y el bajo y la batería impidieron disfrutar de unos riffs suficientemente limpios), o bien por varios momentos de desconexión en los que, como viene siendo costumbre, fueron en parte producto de la fauna que pulula los conciertos. Está claro que un concierto de rock no es una noche en la ópera pero hay actitudes patéticas más allá de toda duda como cantar los riffs, silbar de forma constante en las baladas y pasarte la mitad de un concierto discutiendo con desconocidos. Un saludo a todos aquellos que se sientan representados.