En un contexto cultural en el que todo parecen elementos reciclados, compuestos por los mismos ingredientes pero recombinados de una forma distinta, podría decirse que el término revival haya dejado de tener sentido. Ya no entendemos el concepto del resurgimiento de las modas —a lo sumo las tendencias— si no que más bien, hemos creado unos clichés ciertamente atemporales que parecen persistir a contracorriente de cualquier onda cultural. Es por ello que tan difícil se nos hace hablar de un tercer disco de Graveyard como un paso de maduración dentro de su propio universo retro.
Si anteriormente alguien achacaba al grupo la incapacidad de hacer propio su discurso —todo era 100% setentero— Lights Out abre un pequeño ángulo en el horizonte de los suecos. La psicodelia está muy controlada a momentos concretos, y ganan el número los temas duros conducidos por riffs trepidantes —algunos como Seven Seven realmente rápidos—. Escuchamos letras muy contemporáneas, críticas con los dogmas de nuestro contexto socio-político occidental, que en temas como en el mordiente Goliath nos advierte que “los lobos están a nuestras puertas vestidos de oveja”. Por el contrario las baladas —que como no podía ser de otro modo se abren a momentos álgidos— están en minoría, pero brillan con luz propia arrancando el blues-rock de las manos de los afroamericanos para llevárselo a la fría Escandinavia.
Un disco compacto, directo y sin relleno, sin tiempo de experimentación o idas de olla progresivas. Nueve temas de rock clásico con la producción y con los ojos puestos en nuestros tiempos que parecieran que haber estado ahí siempre.