Si pudiéramos asociar una idea central al análisis de la sociedad de los años 50 en los Estados Unidos, esa sería seguramente la formación del estilo de vida americano. Los avances sociales al amparo de un nuevo estado del bienestar y el fin de la Segunda Guerra Mundial propiciaban que las clases medias aumentaran su nivel adquisitivo y en consecuencia, su consumo de bienes y servicios, lo que configuraría la creación un círculo vicioso y beneficioso en la economía nacional. En el ámbito cultural, siempre un barómetro social del momento, permitió la eclosión de nuevos estilos musicales frescos y desenfadados para una juventud deseosa de salir y divertirse. El triste blues afroamericano dejaba paso a una variante acelerada del mismo, saturaba las radios y volvía locas a las chicas bajo nombres como Elvis Presley, Little Richard o Buddy Holly. Había llegado el rock’n’roll, un icono generacional que perviviría por siempre con nuestra cultura popular.
¿Es un anacronismo un disco de rock’n’roll puro en 2015?
Los estándares sociales que hoy vivimos son muy diferentes a los de los años 50, y la juventud vive más preocupada por un futuro más negro que la boca del lobo mucho menos estable y prometedor que el de entonces. ¿Invalida esto la fórmula de un disco de rock’n’roll con letras en torno a sentirse bien, bailar o romper corazones? Para nada, más que nunca, le da un valor añadido. Es aquí donde se alza el éxito de Jonathan David McPherson.
El artista nacido en Oklahoma comenzó su carrera musical en grupos de punk-rock y al tiempo, desarrolló su obsesión por el rockabilly, que se materializó en 2010 con su primer disco Signs and Signifier, obteniendo un éxito nada desdeñable. Cinco años más tarde nos entrega este Let The Good Times Roll donde, lejos de mostrarse como un disco lineal y predecible, hace un gran repaso a todos los ingredientes que configuran el ADN del rock’n’roll: desde la música negra como el rag, el swing o el blues, hasta el surf rock o la balada country más paleta.
https://www.youtube.com/watch?v=6RVz67Nin-Y
Recreación sensorial de un país y de una época
McPherson nunca sobrepasa los cánones estilísticos y aún así no hay momento en el que caiga en el plagio o la autoindulgencia. No se genera ni una pizca de innovación, ni se necesita. El ejercicio de estatismo se convierte en una virtud, una recreación sensorial de la América de mediados de siglo XX donde, si no fuera por la moderna producción, ni llegaríamos a adivinar su fecha de edición. Bridgebuilder —escrita con Dan Auerbach de The Black Keys— sonaría en el baile pegado de la fiesta de final de curso del instituto, Bossy en la sucia taberna en las afueras del pueblo, y Everybody Talking Bout The All-American en la peluquería regentada por un dicharachero italoamericano. Lo más contemporáneo que encontraréis (y a razón de revival) será el contagioso soul de Shy Boy, una pieza más de un excelente trabajo que veo incapaz de decepcionar, bien sean veteranos o adeptos al revival.
Puede que JD McPherson sea una referencia anacrónica, pero un ejercicio de nostalgia saludable y necesario. De vez en cuanto necesitamos volver a las raíces, volver a paladear los colores puros y sentirnos seguros de que existen cosas que son blancas o negras. Solo un parón antes de volver a internarnos en la gris realidad. Olvidarnos de que todo se va a la mierda, porque mientras escuchamos a JD McPherson bailaremos, ya que, como decía Alessandro Baricco en Novecento: mientras bailas, no hay nada malo que te pueda pasar.