Dicen que en los peores momentos vitales florece la creatividad y la inspiración. Cuando los ríos de las emociones bajan turbios y desbocados es cuando un artista es capaz de levantar los ricos sedimentos aposentados en el fondo de su experiencia. Esta apología del cambio y el desasosiego como motor del arte no parece encontrar casamiento con el segundo trabajo de Amaya López-Carromero, artista española afincada en Reino Unido, que alude en el título de su obra a los páramos internos al tiempo que en su contenido se muestra en las antípodas del inmovilismo y de la frialdad emocional.
Buscando la empatía con quienes se sienten vacíos
Si Home Futile Home nos descubrió el talento de Amaya, The Inner Wastelands reafirma los quilates de su firma. Su voz y su piano —que aquí se siguen acompañando con matices de violín, chelo y esporádicas percusiones— se bastan para crear una imagen sonora pulcra en las formas, ortodoxa en los cánones de la belleza y empática en lo emocional. Su estilo atemporal, transversal entre el jazz y la música clásica —como si de un homenaje al third stream se tratara— no puede mostrarse más elegante y a la vez evocador, como un puente que conectase la herencia musical de la cultura occidental con un sombrío y fatuo presente. Sus letras, que utilizan figuras simbólicas y elementos metafóricos, construyen historias que nos llevan a una especie de cuentos oníricos, a veces esperanzadores, a veces tenebrosos, en los que subyacen las poderosas fuerzas de la psique y las fronteras impuestas por nuestra mente.
Aunque no está de más volver a alabar la virtud de Amaya con las teclas blancas y negras, es digno de reseñar el plus de cuidado en el tratamiento de las voces del disco, grabado y producido por Crispin Anderson (Little Dragon, House Of Trees, Jack Cheshire…) en su estudio de Göteborg. All Over es todo un ejemplo de la exquisita polifonía y tensión instrumental mientras que otros temas como Boards & Gasoline o Turpentine dejan un poco de lado el enfoque pianístico para centrarse en el apartado vocal, donde Amaya sobresale más que nunca con un poderoso vibrato. El primero nos sorprende por el deje afroamericano y góspel mientras que el segundo abunda en el minimalismo y la sencillez trayendo a la mente al mismísimo James Blake.
Si Maud The Moth alberga páramos en su interior, nada tiene que ver con el torrente de colores y diversidad que emana de sus armonías y melodías. No minusvaloremos estos ecosistemas vitales: más allá de sus frías estampas y sus homogéneos horizontes, existen vidas pequeñas —hormigas, escarabajos, saltamontes, y por supuesto, polillas—, meros bichos a ojos del incauto observador, que todos los días viven, luchan y mueren dejando tras de sí historias bellas y memorables.