En el momento de tomarse el descanso con el que nos dijeron adiós en 2008, Ministry venían de estar 4 años muy encabronados con todo. Habían endurecido su sonido, y cada disco que sacaban era más cerdo, más sucio y más agresivo que el anterior. El combustible usado para alimentar ese fuego fue ni más ni menos que la polémica figura de George W. Bush, pero no es descabellado pensar que el cambio respondía a la necesidad de demostrar que sin Paul Barker (a la sazón, el 50% compositivo de la banda), todavía había camino por recorrer. Y así fue, salieron adelante arrasando con todo, perdiendo viejos fans que nunca aceptaron su viraje sónico, pero también ganaron otros que alucinarían bastante con lo embrutecidos que estaban.
Y lo dejaron justo entonces, ni antes ni después. Habiendo superado el último bache y habiendo dicho sus últimas palabras.
Cuando anunciaron el retorno, quedó en el aire esa pregunta que se pueden/deberían hacer todas las bandas que lo dejan y un día deciden que quieren regresar: ¿Vale la pena volver? Y es que, en cierto modo, hay que justificar un retorno. Volver significa que tienes algo que decir, algo que aportar, cosa bastante difícil en muchas ocasiones. Relapse, que así se llama producto de esa decisión, viene cargado con deberes extras.
Lamentablemente os adelanto que se queda a medias con las tareas. ¿Sabéis cuando tenéis que empezar un trámite burocrático, vais a la administración correspondiente, y os atiende un funcionario de los que se pasan todos los días recitando las mismas frases y haciendo las mismas labores? Uno de esos que se dirige a vosotros como un autómata, que recita su retahila con mecánica pasividad mirando al infinito, mientras os pasa los impresos correspondientes. Más o menos ese sería Relapse en la discografía de la banda: El disco funcionario de Ministry.
Las críticas a sus tres anteriores trabajos incidían mucho en lo reiterativo de la fórmula de las canciones (la mezcla de metal industrial, thrash y punk), y ciertamente esa combinación ya mostraba algunos signos de agotamiento cuando lanzaron The Last Sucker (2007). Esto se convierte ahora en un lastre que arrastra todo el minutaje de Relapse: van con el piloto automático encendido prácticamente todo el rato mientras se suceden las canciones en fila india. Todas a mucha velocidad y sin soltar el acelerador en ningún momento, pero con menos mugre e incluso con menos mordiente que en anteriores ocasiones.
Escuchando muchos riffs me viene a la cabeza la imagen de una mano estampando sellos en una pila de impresos, mientras la otra va cambiando de página, Con patinazos como Git Up Get Up ‘N Vote, 99 Percenters o Double Tap, que suenan desganados y monótonos hasta el paroxismo, o con la floja versión de S.O.D. (United Forces, que estaba pidiendo a gritos una capa más de suciedad y mala sangre), es inevitable esa sensación.
Y lo cierto es que con todo lo malo se pueden sacar buenos momentos. En el caso de Ghouldiggers se ve de lo poco salvable que hay en Relapse, pero el resultado global es bastante decepcionante. Parece más un disco engendrado de 9 de la mañana a 5 de la tarde que el discurso de un activista llamando a la insurrección. Y esto lleva a a esas reflexiones que he hecho antes sobre los retornos. ¿Ha valido la pena volver con el nombre de Ministry? ¿Aporta algo Relapse a la carrera de la banda? Me tengo que inclinar por el ‘No’ como respuesta.