Nick Cave había postergado cinco años su vuelta con sus compañeros de The Bad Seeds, aunque por el camino disfrutamos del segundo trabajo de Grinderman, seguramente el polo opuesto a lo que nos encontramos en Push The Sky Away, el retorno hacia terrenos más sosegados aunque sin una pizca menos del veneno que Nick Cave esconde tras sus letras.
Las baladas que nos cantaría el demonio
El décimoquinto trabajo de Nick Cave & The Bad Seeds podría categorizarse como un disco de baladas con gusto por hacer que la voz de Cave sea la protagonista, la cual queda más realzada si cabe con escuetos arreglos, un bajo nivel de percusión y acertados coros femeninos de disimulada escuela góspel. Como no podía ser de otra manera el género femenino sigue siendo un pilar fundamental en las letras del australiano, seguramente el punto fuerte del disco. Son letras que demuestran que Cave sabe tanto por diablo como por viejo. Sus historias nos deleitan con un halo de fantasía oscura y recurren frecuentemente a conceptos abstractos como las sirenas o bien a otras referencias mucho más directas como la propia Miley Cirus / Hannah Montana.
En la antesala del placer
Decíamos que era un disco de baladas pero con el cuchillo entre los dientes. El bajo lleva la cadencia de los temas y en muchos casos es la nota discordante a la introspección de las canciones. Sombrío, rocoso, a veces realmente apocalíptico como ocurre en Water’s Edge, en todo momento nos propicia la sensación de que sobreviene algo amenazador que nunca llega a ocurrir. Quizás esta falta de desbordamiento, de dar válvula de escape a la tensión acumulada y conocer al Nick Cave más desatado sea una de las cosas que más se echen de menos. O quizás no. Quizás sea el punto perfecto que la banda buscó para el disco, esa antesala del placer que es en verdad el propio placer.
El último gran rockero
Llegó un momento en su carrera que Cave se dio cuenta que era famoso al encontrarse retratado en la revista de unas aerolíneas suizas. Nunca se lo propuso pero hace tiempo encontró su hueco en el hall of fame del rock, y es que su carisma lo justifica. El veterano artista y sus compañeros de fechorías han vuelto a rematar un trabajo sobresaliente lleno de temazos como Mermaids —seguramente la canción más poderosa del disco y con un claro paralelismo con los últimos Soulsavers— o la seductora We Know Who U R, y que nos demuestra que aún en sus sueños más dulces como Jubilee Street, adornados con dulces violines y cuentos de calles con nombre evocador, el fin siempre acaba siendo trágico.