No es fácil ser un artista prolífico y conseguir además ser respetado. La horda noruega que son Nordvrede ya nos habían obsequiado en 2013 con un notable Monument Viktoria, pero aun así decidieron guardarse un as en la manga para diciembre de ese mismo año. Como venido de la nada y en pacto secreto con mis pensamientos sobre lo que le faltaba a aquél y lo que debería tener un nuevo álbum de la banda, State of the art aparece para derribar todas mis ideas preconcebidas y se las ingenia para escalar a lo más alto de mi top SBS.
Para empezar, dejemos claro qué son Nordvrede: una banda que vive y muere bajo unos preceptos muy ortodoxos acerca de cómo ha de sonar el black metal. Plus, son noruegos, así que no os sorprendáis si muchos se refieren a ellos como «auténticos». Dentro de esa ortodoxia, no sólo respetan y homenajean el sonido que hizo grande a la segunda ola, sino que lo aislan de cualquier atisbo de teatralidad. Su propuesta es aséptica: apuestan por una fiereza y un apego por el blast beat más propios de la escena sueca. Con todo, saben ingeniárselas para introducir el punto justo de melancolía en sus composiciones y así volvernos a hacer pensar en Noruega, cuna de la bella y oscura Nidaros. Son elitistas y grandilocuentes: no es ningún secreto y es un hecho rastreable en sus letras. Hecha esta aclaración, podemos seguir. A la fiereza demostrada en otras entregas, han añadido nuevos matices: remansos con beats rockeros entre tanta marea de blast beats, más variedad vocal incluyendo grunts, y en general han decidido dar más protagonismo a las guitarras a la hora de crear atmósferas en algunos temas. Se nota bastante el cuidado en la manera en que abren y cierran sus composiciones.
Me gusta pensar en este disco como la manera más inteligente y elegante de ejecutar black metal ortodoxo en 2013. Espero que nadie se llame a engaño con mi anterior párrafo: Nordvrede no abandonan la logia pese a incluir todos esos nuevos detalles en sus composiciones. Siguen sonando muy puros, pero no excesivamente anacrónicos. Y ahí reside su grandeza: en cambiar para seguir sonando igual. Exactamente como rezaba aquella famosa cita de El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.