Desde hace unos años ha surgido una nueva tendencia musical que se basa en la simpleza y búsqueda de la armonía con instrumentos de música clásica como medios para conseguirlo. Un ejemplo subido al blog es Balmorhea, que los que lo hayan escuchado ya sabrán de lo que hablo.
Los críticos han definido esta nueva tendencia como música «neo-clásica», un término que seguramente desaparezca pronto, pues no le hace justicia. Esta música es triste, enrabietada y preciosa a la vez y, aunque algunos la definan como ambient, yo creo que llega más allá, pues está cargada de sentimientos.
El artista que a mi juicio es el mejor en esta nueva ola de grupos es el islándes Ólafur Arnalds, de 21 años, que con sólo 18 compuso esta (a mi parecer) obra maestra. Según sus propias palabras, su música es como «liberar a la música clásica de los smokings y de los mocasines y vestirla con una camiseta y deportivas».
El disco comienza con 00:40, una pista en la que unos violines nos dan entrada al precioso mundo compuesto por Ólafur, dando paso a un melancólico piano que va creciendo, volviéndose más fuerte, hasta que se apaga y se le suman instrumentos de cuerda, creando una armonía perfecta.
El resto del disco sigue más o menos el esquema de 00:40: altibajos emocionales, pianos e instrumentos de cuerda jugando a crear melodías, momentos suaves y momentos más fuertes.
Pero en 33:26 suena un único violín que, aunque empieza suave triste en la onda del disco, va creciendo en intensidad, ira y en agresividad hasta dar paso al colofón del disco, 37:04 – 38:37. Aquí, un piano sigue la estela de lo que ha soltado el violín previo, hasta que sin avisar, entran guitarras distorsionadas, violines, una batería, todo lleno nuevamente de rabia, hasta que finalmente el disco se apaga suavemente, dejándote en un estado difícil de explicar, o al menos a mí.
00:40
00:48 – 07:29
09:52
14:40
19:53
30:55
33:26
37:04 – 38:37