Es posible que yo nunca haya acudido con menos expectativas a un concierto, pero en verdad nunca me imaginaría que finalmente se me pasase por la cabeza pedir una hoja de reclamaciones, como si intentó otra gente, pero con nulo resultado.
Sabía a lo que iba. No voy a poner excusas, me lo advirtieron; aunque no voy a negar que en una parte de mi esperaba una grata sorpresa, que no se cumplió. En el plano musical ya sabíamos que, como venían haciendo desde el verano, Opeth iban a renegar de toda su faceta de death-metal para ceñirse a temas de su último disco de rock progresivo Heritage (todo un bajón en mi opinión en comparación con el resto de la discografía del grupo), un par de temas melódicos de Watershed y ciertas temas de un tinte muy acústico de discos más antiguos. Al menos pensaba, Pain of Salvation podrían darme una grata sorpresa, teniendo en cuenta sus dos últimos geniales discos. En lo referente al lugar del concierto, la Sala Penélope, su desajustada configuración interior, y su escaso aforo no hacían presagiar nada bueno.
Para empezar no pudimos disfrutar el concierto de la banda de liderada por Daniel Gildenlöw. Si bien es cierto que acudimos con retraso, cual fue mi sorpresa al comprobar que mucha de la gente que estaba en la cola a las 20:00 (hora de apertura de las puertas de la Sala) ni siquiera pudo verlos. ¿Qué calificativo podemos dar para el hecho de que los teloneros comiencen cuando la gente todavía está haciendo una cola kilómetrica? Ya sabíamos que la Sala es una discoteca, que a las 23:00 tiene que desalojar para acondicionarla, pero ¿no podrían haber anticipado un poco más la apertura de puertas?
Nada más entrar, nos dieron la bienvenida toda la gente indignada quejándose al personal de la Sala. En su interior, gente a rebosar —seguramente que se vendieran más entradas que aforo—, unas magníficas columnas que impedían la visión, acceso al baño imposibilitado y un chorreo de lipotimias que vendrían a posteriori.
Con severa puntualidad, Opeth salieron al escenario mientras la gente intentaba olvidar los percances. The Devil’s Orchard y I Feel The Dark abrieron la noche, con buena acogida del público. El sonido me pareció bastante bueno, y fue muy interesante escuchar los temas de Heritage con una aproximación más metalera, de forma que casaron perfectamente con otros temas más antiguos. Mientras tanto, Mikael Akerfeldt se mostraba muy simpático y dicharachero con la gente, que en líneas generales supo mantener un relativo silencio en un concierto en el que abundaron pasajes muy introspectivos. Ejemplo de ello es Face of Melinda, que en su desenlace consiguió hacer mover las cabezas de toda la sala.
Continuó Porcelain Heart, canción donde Martin Axenrot se lució con un impresionante solo de batería, que no obstante, podría haber quedado más cohesionado dentro de la canción, sin llegar a romperla del todo. Llegados a Nepenthe, Opeth supieron sumergirse en el misticismo y la psicodelia, y posteriormente, con Akerfeldt ya sentado en un taburete, se pusieron a desgranar su parte más acústica que no llegué a entender del todo. Un mejor equilibrio de las facetas, o al menos una mejor elección de temas —no entiendo qué pintaban los ritmos latinos de The Throat of Winter, banda sonora del videojuego God of War— habrían hecho ganar puntos de cara un público, que se re-enchufó coreando al unísono el final de Closure.
Slither nos despertó del letargo con cuernos en lo alto y un ritmo trepidante, mientras A Fair Judgement confirmó la clase de progresivo que Opeth saben bordar, erigiéndose como momento álgido del concierto con su distorsión a tope, unos solos vibrantes y su denso y atronador final. Tras Hex Omega, Opeth encararon los bises con Folklore, dejándonos un buen sabor de boca que fue empañado por una nefasta organización que tenía como única mira el llenarse los bolsillos, olvidándose por completo de las personas.