Admitámoslo. El punk-rock no se inventó para perdurar. Al menos, no entraba en los planes de esos jóvenes enfadados e inadaptados que rechazaban la autoridad. No digamos nada si alguien les hubiera dicho que podrían sacar cuantiosos beneficios económicos de su actividad. Pero esto no es como empieza sino como acaba, y el punk trascendió y perduró. Unos grupos evolucionaron, los segundos murieron jóvenes, otros vendieron sus ideales y los cuartos hicieron lo que realmente les daba la gana, porque según ellos eso es el punk.
Ahora somos coetáneos de bandas que tuvieron su apogeo en los 90, actualmente con trayectorias más que consolidadas y con sus miembros superando el umbral de los 40 años. Podemos, y de hecho estamos, hablando de Pennywise, estandarte del punk skater californiano, banda de la que podemos decir, por su impecable regularidad de lanzamiento de discos (hasta éste último, escrupulosamente bienales) y por su incansable world touring, que han hecho del punk su profesión y que —al menos así nos muestran sus letras—, siguen manteniendo esos valores de inconformismo y rebeldía que predicaban en sus inicios.
Así como nos mostró el documental Punk-Rock-Dad (the other F Word), su cantante original Jim Lindberg decidió bajarse del barco y Pennywise sobrevivió aunque con muchas interrogantes sobre su futuro. No obstante la banda decidió reclutar a Zoltán “Zoli” Téglás, cantante del grupo Ignite, y demostró que si bien habían perdido un estandarte no había perdido el timón.
Después de sus últimos discos, que claramente parecían tener como objetivo no defraudar a sus seguidores de directo —la mayoría adolescentes que necesitan seguir creyendo en la rebeldía, y demandan canciones rápidas y pegadizas—, Pennywise nos han sorprendido gratamente con un disco, que si bien mantiene al 100% las coordenadas del sonido esperado, parece ser un soplo de aire fresco en cuanto a las ideas y la composición. Zoli Teglás se desvela como todo un acierto, su timbre y sus melodías se amoldan perfectamente a la música de Pennywise como lo hacía Lindberg, e incluso hace que se me venga a la cabeza a los viejos The Offspring en temas como Stand Strong.
All Or Nothing rebosa fuerza y hace que Pennywise suene joven gozando del saber estar que otorga la experiencia. Los ritmos del doble pedal de Byron McMackin consiguen una fiereza implacable en temas como en Seeing Red, acercándolos a su lado más hardcore, pero sabiendo equilibrar el otro lado de la balanza con una imponente carga melódica. El grupo se asegura temas directos y coreables, con el clásico surtido de “wooh woohs”, carne de escenario, e incluso nos regala uno de los mejores estribillos punk desde Rise Against, Let Us Here Your Voice.
Personalmente, si los de Hermosa Beach se mantienen en sus trece en mantener este punk-rock intacto hasta su jubilación, en las mismas condiciones que All or Nothing, admitiré complacidamente que me metan en el saco de los seguidores que demandan a toda costa caña, urgencia y gancho.