Vuelve la banda portuguesa de doom más salvaje de la historia con su tercer larga duración y la expectativa de ver qué derroteros tomaban. En su ya algo lejano primer disco, Renounce, nos deslumbraron con un doom-death europeo y seco con las dosis de melodía justas. Erosion por su parte era más agresivo y extremadamente lento, más monolítico y ronco, dejando un poco de lado el sonido más clásico pero sin dejar de mantenerse fiel a su propuesta inicial. Fæmin, finalmente, se desliga casi por completo de ese regusto a bandas de doom-death deudoras de la escena de Peaceville de los 90 que sí tenían en sus inicios para centrar la vista en sonidos más modernos y pesados, como puede ser por ejemplo la carrera de los siempre increíbles belgas Amenra, incluso jugueteando con sonidos próximos al sludge y algunos momentos más tribales, amenazantes y potentes. Arropados por la moderna y grave producción, con un sabor a groove americano a cargo de Andrew Schneider (mezcla en Translator Audio Studios, New York) y Collin Jordan (masterización en The Boiler Room, Chicago), Process of Guilt nos brindan su disco más rítmico y desfasado hasta la fecha.
Tras esta primera impresión de que Process of Guilt siguen modernizando su sonido, la segunda sorpresa del disco probablemente sea su duración: 43 minutos que saben a poco, frente a la más de una hora de Renounce. El disco no solo tiene menos temas que sus predecesores, sino que además muestra una tónica mucho más dinámica. Pese a la introducción algo más pausada de Empire, que va de menos a más, una vez que estalla la tormenta los lusos van a machete en todos y cada uno de los temas con una ensalada de riffs demoledores. Es también una sorpresa como a medida que avanza el disco, los temas se vuelven más rotundos y efectivos hasta culminar con Cleanse, cuyo riff final probablemente esté entre lo más bestia que un servidor vaya a escuchar este año junto a Fæmin, tema que cierra el disco, desde el primer segundo directo a la yugular, pasadísimo de rosca y bastísimo, invitando al engorile extremo.
En fin, que Process vuelven a dejarnos un discazo cuya única pega es su corta duración, o la expectativa de que volvieran a derroteros más clásicos. A la espera de poder volver a verles en directo, eso puede ser el apocalípsis.