Rose Kemp – Unholy Majesty (2008)

Qué proceso más malvadamente satisfactorio es ser testigo de la pérdida de la inocencia. No, no es lo que pensáis. No estoy hablando de quebrar ramitas aún verdes, ni de tirarse de cabeza a un pozo con la primera revelación que te haga sucumbir. Solo endurecerse, encallecerse en el momento óptimo.

Algo así ocurre con Rose Kemp. Con 23 años y tras dar el salto cualitativo con Handful of Hurricanes —donde esta artista se despidió de su bien educado pero insulso folk para abrirse camino hacia la electricidad—, la inglesa factura en 2008 su tercer disco, Unholy Majesty, un monumento musical de un calibre tal que todavía no somos capaces de valorarlo si no es en la distancia.

Su portada ya nos adelanta que las estampas más bucólicas pueden torcerse rápidamente en visiones menos plácidas. Dirty Glow nos lo hace saber desde el principio, y es que la noche se nos echa encima sin tiempo de prevenirnos de que los violines y teclados han optado por escalas blasfemas. Rose nos ha hecho títeres de su música, de su película, y es que la controla con la misma organicidad que su propio cuerpo. Con esos dotes para los registros operísticos, podríamos ver en Rose un reflejo del concepto de diva, pero no es así. Tiene carisma pero no avasalla, nos da la distancia suficiente para saber que el fuego de cerca quema. No se esconde en los arreglos de las canciones, sino que sabe utilizarlos para reforzarse. Es visceral, y el nervio de su voz desafía a la tensión del oyente. Sus pulmones expelen a grito vivo en una calle desierta, sabe mostrarse con dulzura —a ratos con una decencia más propia de una dama decimonónica— pero aún así nunca encontré diva con esos resquicios de mezquindad o con ganas de arrancarnos la cabeza ante el estadillo de un vendaval de riffs de plomo.

Rose Kemp da forma a su música bajo el disfraz de un rock pesado y rotundo, cercano al doom, y presto hacia la psicodelia, pero lo que en ella trasciende sigue siendo el folk de sus inicios. Y al cabo de escuchar el disco diréis, ¿cómo es posible que haya penetrado en ella esas raíces folk tan fuertemente, y las haya propulsado al hiperespacio con ese desparpajo tan malévolo? Pues porque como inicié, Rose no es una novata, sino que desde su niñez ha aprendido y compartido las dotes de sus progenitores, Rick Kemp y Maddie Prior, dos estrellas de folk inglesas de los años 70.

Hay algo en este disco que me enamoró a la primera escucha. Hay mucho carisma y una disonancia extrema, una guerra de elementos, tormenta y calma, que se mantiene en un equilibrio constante. Y por qué no decirlo, su sensualidad. No voy a negar que la figura femenina de Rose no resulte un atractivo tan fatal como el acoplamiento de la mantis religiosa.

Puedo asegurar que la extraña combinación de la balada doom con el prog operístico no es un engendro herético cuando hablamos de este disco, todo es tan natural y bello como las mismas tradiciones folk de la campiña inglesa, pero con un matiz: Rose Kemp ha transformado el esquema de la canción popular en un cuento gótico, y sabemos que ningún héroe salvará a la princesa.