Algunas veces parece que a finales de los 70, en el momento álgido de su evolución —quizás el paso a la edad adulta—, el hard-rock quiso erigirse como un género de testosterona, velocidad y excesos. La llegada de Royal Thunder, tomando el relevo de Led Zeppelin o Black Sabbath parece desmentir estos atributos con una propuesta en la que entra en juego una vocalista femenina, cadenciosos riffs del blues-rock progenitores del sonido doom, inconfundible estilo sureño y un perfecto equilibrio musical gracias al cual todo encaja con una naturalidad bellamente pacífica.
Miny Parsonz ejerce de front-woman erigiéndose como uno de los ejes del equilibrio. No es el centro del grupo pero convence eficazmente, no tiene alardes de grandeza épica, y si bien brilla consiguiendo melodías realmente memorables, es capaz de subir a cotas moderadamente agresivas en temas como Whispering World, un himno potente, de riffs pesados y tenaz doble bombo, que podría recordarnos a los últimos Kylesa. El conjunto instrumental del grupo tiene la pesadez necesaria para ser calificado como metal, pero como escuchamos en temas como en Shake and Shift prefieren no motivarse en la pisada del acelerador y construir inteligentemente por y para las melodías, con un moderado enfoque progresivo. El tercer equilibrio se basa en balance de pasajes cañeros con otros más quejumbrosos y fantasmagóricos —no faltarán los que apuntan a los de Atlanta como un representante más del hypeado occult-rock— como por ejemplo Drown o Black.
Que estemos viviendo un claro resurgimiento del rock clásico en los últimos años no está reñido con la falta de ideas o la decadencia del género. Royal Thunder son una de las grandes sorpresas de la temporada, y CVI un disco completamente genuino y esencial.