Si tuviera que resumir y simplificar todo lo que se me pasa por la cabeza tratando de escribir este texto, os diría esto: estamos ante el mejor trabajo de la banda desde el retorno de 2004, un disco que entronca su sonido clásico con el que han venido desarrollando desde The Greater Wrong Of The Right.
Y también os diría que fuérais directamente a la nota, abajo del todo.
Resulta que he tenido bastantes problemas para escribir esta reseña, todo por culpa de la nostalgia, esa puta con la que tanto nos la meten doblada a los que amamos ciertas etapas y ciertos años. Eso a los hipsters y fans de lo vintage les da igual, es obvio, pero no es mi caso. Además, a ningún hipster le gusta la electrónica industrial, no hasta que Pitchfork la ponga de moda como está haciendo con otros géneros.
No sé hasta que punto Skinny Puppy son conscientes de ese concepto de la nostalgia, o del legado musical que ha supuesto su existencia. Su discografía entre Bites y Too Dark Park es un compendio de música retorcida, torturada, y no apta para todos los públicos, manufacturada en unos tiempos en los que los sintetizadores estaban siendo usados en su mayoría por bandas de pop trasnochado y naif.
A diferencia de muchos compañeros generacionales, ellos jugaban a representar la cara oculta del hombre y de la sociedad. Sonaban a la peor de tus pesadillas, su música era ese callejón sucio y húmedo dónde la humanidad mostraba la peor de sus caras, esa en la que la carne, el dinero, las drogas, el asesinato y la podredumbre de una sociedad pretendidamente avanzada, campaban a sus anchas.
Todo cambió a partir de The Process. La muerte de Dwayne Goettel y el desgaste que sufría el grupo desembocó en un final amargo. Tardaron ocho años en arrancar de nuevo la maquinaria. The Greater Wrong Of The Right, en el fondo, seguía el camino que habían iniciado antes del parón, pero a diferencia de entonces se notaba la mesa coja. Nivek Ogre había tomado el mando, la sombra de su proyecto paralelo, ohGr, planeaba sobre los Puppy, y Cevin Key ya no era ese predicador maquinalmente visceral, esa sombra que con un dedo huesudo señalaba la mierda que no queríamos ver.
Habían envuelto su sonido de más accesibilidad, lo habían vuelto más bailable, era menos oscuro, amenazante y opresor. Los siguientes trabajos, Mythmaker y Handover, ahondaron en esa senda. Pero lo cierto es que tampoco es que fueran malos discos del todo. Se dejaban escuchar, sí, pero sabía mal ver como Skinny Puppy se habían convertido en otro grupo más, como aquellos que tanto les quisieron imitar y tan lejos quedaban de hacerlo del todo bien.
Para su nuevo trabajo, Weapon, la banda ha recurrido a las mismas herramientas con las que grabaron los primeros discos. Todo suena descaradamente old-school, tanto, que es inevitable no conectar con temas como Wornin’, Illisit o Salvo, repletos de sintetizadores ochenteros y salpicados de samplers. Hasta ahí todo bien sobre el plano. Han combinado las viejas ideas con las que empezaron con todo lo que son ahora, vicios y virtudes (sobre todo lo primero) incluidos.
El problema del disco, al menos el más gordo y evidente, se llama Solvent, una canción original del primer EP de la banda y regrabada para la ocasión. Este tema construye un puente tres décadas de distancia y es el punto álgido del disco, lo cual no es necesariamente malo per se. El problema es que la versión, por momentos, es bastante superior a la original, lo cual, si nos paramos a pensar en ello, no deja de ser una amarga paradoja del paso del tiempo para muchos músicos.
Y es que Weapon es un ejercicio de nostalgia que a estas alturas, aunque esté relativamente bien y contenga un puñado de buenos momentos, era innecesario. Los Skinny Puppy actuales sonaban a lo que sonaban, y te gustaba o no, pero lo respetabas. Y punto. Ahora transmiten la desagradable sensación de ‘podríamos sonar así, pero no nos sale de los cojones’.
La dupla formada por Cevin Key y Nivek Ogre ha querido jugar con la baza de la morriña usando la carta de la equidistancia, queriendo sonar clásicos en la forma pero manteniendo el fondo de lo que son ahora. Y se les ha escapado de las manos.
Todo esto a un no-fan de de la banda se la trae al pairo. Objetivamente, Weapon es un disco decente de electrónica industrial de regustillo old-school, pero subjetivamente (que al fin y al cabo cuando uno reseña un disco lo hace subjetivamente, por mucho que quiera mantenerse neutral) ha sido una pequeña cerdada para los viejos seguidores de Skinny Puppy.