Swans – The Seer (2012)

Hace no mucho, Michael Gira definió la música de Swans como si se colocase un gusano sobre un yunque y este último se golpease con una maza. Por supuesto, hay que imaginarse la música de Swans desde el punto de vista del gusano. La descripción no podría ser más acertada, y aunque la maza no golpea tan potentemente como hace 25 años, la intensidad sigue siendo la principal característica del ahora sexteto americano. En The Seer, su último larga duración hasta la fecha, la principal diferencia respecto a trabajos anteriores será que los temas nacen sobre el escenario, en el cual se desbocan y mutan para llevar a la banda a lugares insospechados, en cierta manera inhóspitos, pues nadie suena como ellos. Es este un complejo proceso en el cual las composiciones no se mantienen como entidades estancas y cerradas sino como organismos vivos que se expanden o se contraen infinitas veces a voluntad de una banda completamente entregada en directo, conformando la mayor parte de de la duración de este trabajo. Esta colección de temas, en cierta forma inacabados, efímeros y cambiantes, se plasman en este disco. Ni ellos mismos saben que ocurrirá cuando vuelvan a llevar estos temas al directo. Lo lógico sería pensar que volverán a expandirse hasta el infinito, pero con Swans uno nunca puede estar seguro.

Frente a otras propuestas musicales más intelectuales, The Seer es un trabajo artesanal basado en la repetición de ideas muy sencillas e hipnóticas con una única meta: el éxtasis. Definir su sonido no es fácil. Parecen el punto de partida los sonidos más lisérgicos que se entreveían en las actuaciones en directo de las dos últimas giras de la banda antes de su disolución, recogidas en el doble directo Swans Are Dead (’95-’97), disco precursor del post-rock con una gran sensibilidad ambiental. Gira continuó este sonido bajo el nombre de Angels of Light, con un enfoque más intimista y folk, a la vez que con una gran presencia de instrumentos acústicos. De nuevo al frente de Swans, se enfatizará tremendamente la vertiente más visceral y eléctrica del sonido de Angels of Light, con altísimas dósis de noise-rock, drone y un espíritu completamente kraut en el cual las ideas fluyen en forma de acidísimas jams.

The Seer no se trata de un disco doble sino de una colección de temas que por puras cuestiones técnicas, tuvo que ser dividido en dos discos. Prueba de ello es el completamente distinto orden en que se disponen los temas en su edición en vinilo sin alterar la esencia del disco. Cada tema tiene una identidad propia completamente diferenciada, siendo loable la capacidad para unir temas tan dispares dentro de un conjunto homogéneo y coherente. El tema encargado de abrir el álbum es Lunacy, una épica y grandilocuente introducción en la cual ya se aprecia un sonido único, en especial gracias al característico tono del dulcimer, instrumento que ya se usó de forma discreta en Swans Are Dead o como Angels of Light y con el que la banda parece sentirse realmente cómoda generando texturas sónicas y murallas de vibrante riqueza. Esta viveza de timbres y colores volverá a aparecer en su vertiente más orgiástica en A Piece of Sky, con un derroche de sonido que no oía desde la organicidad con que GY!BE emulaban la lluvia en Storm. Si a esto añadimos una producción bastante rica en matices y cambios de volumen, nos encontramos ante uno de los discos con un sonido más bello que recuerde.

Mother of the World irrumpe con un ritmo frenético y monótono en el cual Michael Gira jadea hasta la extenuación en uno de los riffs de guitarra más sencillos y efectivos jamás escritos. Es sin duda elemento vertebrador de toda la grabación la apabullante percusión a cargo de Phil Puleo y Thor Harris y la compenetración con la que superponen ritmos imposibles. Este aparente caos sonoro alcanza su máximo esplendor a lo largo del disco cuando las dos baterías tocan simultaneamente, dejando en evidencia a casi cualquier otra banda que haya usado antes este recurso. Cierra el magnífico combo el bajo de Christopher Pravdica con un sonido taladrante y adictivo, que si bien no tiene la imaginación desbordante de los dos percusionistas, les acompaña con unas líneas que son puro fuego. En temas como The Apostate o Avatar deslumbra el uso de las campanas tubulares dando un contrapunto apocalíptico en dos de los mejores temas del disco. El primero una jam infernal y desfasadísima de ritmos rebuscados a dos baterías y el segundo un tema con un marcado crescendo que genera unas atmósferas que pueden incluso recordar a Vangelis componiendo la banda sonora del fin del mundo.

La pieza central del disco se compone de 3 partes. The Wolf es un sencillo interludio acústico que hace de brutal contraposición con los primeros minutos de The Seer, que comienza con una ruidosísima sección en la cual se funden como si de una aleación se tratase la electricidad más saturada con multitud de instrumentos acústicos que desembocan en unas melodías de mandolina exquisitas. A lo largo de los primeros 15 minutos nos encontramos uno de los crescendos más dolorosos y explosivos que haya dado el post rock a lo largo del cual Gira repite con un tono seco y mecánio «I see it all, I see it all…». La parte central de la pieza solo se puede definir como una maza esta vez sí aplastando al gusano: el tiempo parece detenerse y toda la banda golpea al unísono con todas sus fuerzas. Abstrayéndonos, recuerda a aquella sórdida muralla sónica de los tiempos del Public Castration. Este martilleo incesante y brutal que firma los momentos más intensos del disco no es un elemento aislado, pues aparece también en otros cortes del disco como The Apostate o Avatar. Tanto el final the The Seer como The Seer Returns nos transportarán a sonidos lascivos y de corte balcánico para cerrar esta trilogía con cierto sabor a Western.

La antimusicalidad de the Seer aparece palpable también (aunque de forma completamente distinta) en 93 Ave. B Blues, gracias Christoph Hahn, a cargo de la steel guitar. Si bien su labor generando disonancias nos sorprende a lo largo de casi todos los temas, aquí da rienda suelta a toda su furia para generar una orgía de ruidos ballenescos y bizarros, una ensalada de ruido que te abofetea la cara. De nuevo en oposición, aparecen las dos piezas más sencillas y folklóricas del disco, The Daughter Brings the Water y Song for a Warrior, esta última la única pieza en la que Michael Gira en lugar de llevar la voz principal del tema hace lo acompañamientos, cediéndole el honor a Karen O. No será la única colaboración del disco, aunque sí la que más destaca. También aparecen entre otros la que en su día fuese integrante de la banda Jarboe, gente de Low y un gran número de amigos y conocidos. Todas estas colaboraciones tienen una característica en común: añaden al disco una variedad tremenda pero sin robar el protagonismo a la banda en ningún momento. Especial mención para Jarboe, discreta pero con una belleza inigualable en todo momento, sin duda mucho más acertado este uso de su voz como elemente secundario que con el protagonismo que un día tuvo en la banda.

No nos encontramos ante un disco sino ante un monstruo, una bestia que lanza dentelladas a diestro y siniestro y no da tregua. Las dos horas de duración y la gran aridez de determinados pasajes hará que para muchos The Seer sea una auténtica pesadilla. Para aquellos que esperábamos con ansia que por primera vez en su historia una grabación de Swans en estudio estuviese a la altura de su directo, The Seer se trata de un trabajo increíble, atrevido, asfixiante, excesivo en todos los sentidos, autoparódico incluso, pero sobre todo honesto. The Seer no es solo lo mejor del año sino que además es probablemente uno de los mejores discos que se han grabado en los últimos 10 años, una obra tan intensa y emocionante que una vez concluida te deja entumecido. El tiempo dirá si el aparente éxito que está teniendo esta reencarnación de Swans elevará The Seer al nivel de clásico indispensable. Sin duda para algunos ya es un disco para no olvidar.

Nota: 9.5