Que Tim Hecker tenga un doctorado en ciencias políticas quizás pueda explicar lo complejo de su discurso, repleto de referencias difíciles de conectar. Y es que, tras declarar que estaba cansado de lo que él llama “guerra de ruido”, Love Streams supone un viraje en su sonido a composiciones menos sobrecargadas, con la intención de reflexionar sobre “la estéticas litúrgicas después de Yeezus (el disco de Kanye West)” y “la voz trascendental en la era del auto-tune” (Tim Hecker dixit).
La idea de fondo del disco se refleja bien en la portada, en la que aparece la imagen manipulada de una orquesta para que parezca imbuida de una luz ultravioleta. Love Streams se basa en transformar sonidos programáticamente, por lo que elementos como el Icelandic Choir Ensemble (dirigido por Jóhan Jóhansson para la ocasión) a veces son irreconocibles tras tantas capas de filtros. Sin embargo hay que reconocer que a pesar de todo el severo tratamiento se notan los pilares analógicos en los que se sustenta, pudiendo distinguir todo tipo de instrumentos de cuerda y viento.
En lo estilístico esto se traduce en un disco etéreo a medio camino entre el minimalismo y el drone, mucho más calmado que las últimas referencias de Tim Hecker. Comentaba Tim en las entrevistas promocionales que se había inspirado en la música sacra del S. XV y esto se nota en las atmósferas que crea, que parecen himnos de un nuevo culto que adora el glitch. Aún con todo, quizás lo más remarcable de Love Streams es el mantener la identidad de cada uno de los temas, tarea ardua en géneros tan homogeneizadores como el ambient.
Poco más se puede comentar de Love Streams sin entrar en una interminable disertación, ya que los momentos de clímax quedan diluidos en continuos detalles que hacen que las múltiples escuchas sean casi obligatorias para disfrutar al máximo de un disco que se postula como uno de los experimentos más interesantes de este año.