Dejarse llevar por la corriente continua e imperceptible, pero no por ello menos real, es un fenómeno que podemos equiparar fácilmente a la vida en la sociedad del bienestar. Acomodados y arropados por la marea de semejantes —esa innumerable cantidad de gotas de agua en forma de organismo autónomo— que ni se oponen ni dirigen su propio direccionamiento. Todo movimiento expuesto a fuerzas mayores más allá de su alcance, como consecuencia de la idea de la predeterminación y la falta de estímulos.
Interesante mensaje en el que Vetusta Morla parecen haber ahondado en su tercer disco, trayendo una crítica social y política más acuciada que nunca, pero como siempre, velada por unas letras cargadas de subjetividad y ambigüedad, a veces rayanas al surrealismo. Algunos podrían considerar una verdadera falta de compromiso con dichos ideales, pero personalmente valoro esto más que panfletos rancios. Si escuchamos música es para emocionarnos, enfadarnos, llorar, para montar en nuestra cabeza historias e interpretar las palabras, no para que nos adoctrinen.
La Deriva, tercer disco de los madrileños, estaba llamado a ofrecer resolución en el juicio sobre si el grupo está cargado de talento, o bien si tenemos un nuevo fenómeno aupado al mainstream a golpe de debut con tino. De primeras adelanto que el resultado ni es tan desastroso ni un dechado de virtudes que nos venga a enamorar.
El disco gana en comparación con en Mapas en cuanto a la definición de su personalidad e intencionalidad. El grupo parece haber trabajado concienzudamente y ha elaborado un guión que sigue férreamente su cuaderno de estilo. Los hits iniciales (La Deriva, Golpe Maestro, La Mosca En Tu Pared) marcan fuerte las pisadas. Las percusiones sacan pecho y Pucho está con ganas de decir cosas que dejen imágenes imposibles resonando en nuestras cabezas, como ocurre en Fuego. Así sí. Las sensaciones de su gran debut vuelven a aparecer.
Pero las caras empiezan a torcerse a raíz de Fiesta Mayor, un tema con vocación de bailable (ritmillo casposo mediante) y arreglos a base de trompetas, lastrado por un estribillo sonrojante donde Pucho canta “se fueron, no hay nadie, el sheriff ni el alcalde”. A raíz de ello se empieza a vislumbrar que estamos ante un trabajo irregular, y que se va bajando el nivel llegando a su segunda mitad, salvando la solvente balada de Alto! y el destacable Pirómanos, donde sigue planeando la eterna sombra de Radiohead. Las guitarras a veces parecen reciclarse, los desarrollos son conformistas e infructuosos, y falta un punto más de riesgo, lo que sí había en Mapas. Al final del viaje, Vetusta Morla llegan más que gastados: agotados y sin ideas. El punto más bajo llega en El Tour de Francia, simplón, con arreglos desafortunados y muy lejos del baremo de la primera mitad del disco.
Doce canciones que serán suficientes para mantener el estatus de grupo de cabecera del indie nacional más masivo y con el que sus fans acérrimos se mantendrán leales al grupo, mientras que sus haters tendrán otra excusa más para defenestralos. Yo me vuelvo a quedar en aguas sin soberanía: su patente deriva los aleja cada vez más de las expectativas iniciales.